Diamantes partidos, corazones rotos
Esta historia del padecimiento de una enfermedad mental tanto por parte de los pacientes como de su entorno se ha contado miles de veces. Pero, en mi devaluada opinión, pocas veces se ha dado tan en el blanco como en esta película. Un flechazo directo al corazón del espectador. Y si el eventual visionador de esta obra padece esquizofrenia o es familiar de alguien que la sufra, se verá reflejado en el cielo de los corazones rotos.
Porque hay dolencias psíquicas (esquizofrenia, trastorno bipolar) que paradójicamente tienen gran punto de contacto con las adicciones a las drogas. Especialmente en el entorno familiar la influencia agotadora de lidiar con esas anomalías provocan lo que suele llamarse el síndrome de agotamiento del cuidador. Porque, aunque se logre entender y aceptar que se tratan de enfermedades, hay momentos en que abrumados por los síntomas del ser querido uno tiende, inconscientemente, a culpabilizar al enfermo y no a la enfermedad.
Y tanto en la drogadicción como en la esquizofrenia (también en la bipolaroidad) el tema del consumo es inverso en uno y otro caso. El adicto a las drogas debe dejar de consumir por completo la sustancia a la que está encadenado, en tanto que el esquizofrénico no debe dejar de tomar su medicación. La paradoja es que tanto en un caso como en el otro la lucha del enfermo es opuesta. El yonqui no puede dejar de consumir, el esquizofrénico tiende a dejar de hacerlo por los efectos secundarios de su prescripción. En medio del sándwich están los cuidadores (familiares, parejas, amigos, amantes) que no saben muy bien cómo afrontar las penurias del ser querido (algo muy parecido sucede con la familia de personas con Alzheimer).
La delicadeza de esta película es dar las dos visiones simultáneas: enfermo y cuidador. ¿Por qué destacar esta historia que, como antes mencioné, ha sido contada cien veces? Porque se sostiene en base a un reparto de protagonistas centrales excepcional. Lola Kirke (la esquizofrénica) y Ben Platt (su hermano) dan cátedra de arte dramático sin estridencias y apoyados, mayormente en sus expresiones corporales. La intensidad de estos dos artistas hacen que solamente por su labor esta película deba ser vista.
Casi sin notarlo uno llega a un estado de inquietud y empatía con la historia (muy bien escritos los diálogos, dicho sea de paso) que no necesita de golpes bajos para provocar la emoción. La protagonista en determinado momento menciona la técnica (en un apunte absolutamente procaz ya fue vista en "Diamonds for Ever" de James Bond) en la que a partir de cenizas de humanos cremados se obtiene un diamante y expresa su deseo de muerte (de salida, de liberación del mal) "para convertirse en un diamante".
He leído por ahí que este procedimiento aplicado por los suizos produce un diamante frágil, fácil de quebrar. Igual que los corazones rotos de la historia. Sin ser una obra maestra, es sí una maravilla que me permito recomendar efusivamente.