Acerca del desamor y de cómo construir lazos de afecto.

Seguramente de una u otra manera esta es una historia que, con algunas variantes, se ha contado mil veces antes. Pero el tono de diversión, la desfachatez de un libreto que no teme a la exageración casi surrealista, al humor negro (y a veces negrísimo) permanente, la sensación de estar participando de una aventura sana y luminosa hacen que esta aparentemente modesta película neozelandesa sea una verdadera joyita.

La interacción entre dos seres opuestos (un adolescente con excesivo sobrepeso huérfano de todo lazo familiar y un viejo gruñón que no se aguanta ni a sí mismo) te lleva a participar en una ronda de ese cine que cada vez es menos común: divertido pero con compromiso. Además de un gran trabajo de la pareja protagónica aparecen unos secundarios que son verdaderas viñetas muy bien dirigidas por el realizador en una espiral de locura jocosa (la esposa del viejo, la asistente social, el policía que la secunda, el hombre arbusto), y todo servido con una extraordinaria banda sonora y la belleza de los paisajes boscosos fotografiados con maestría.

Un gol de media cancha de un despistado distribuidor cinematográfico montevideano que —aunque sea muy de vez en cuando— puso a nuestro alcance un ejemplo ajeno a Hollywood de buen cine y de un producto que no merece pasar desapercibido.

La recomiendo calurosamente.