Torrente vertiginoso de lascivia y maldad

El título de esta película no hace referencia a Shakespeare sino a un cuento de origen ruso. Esta historia relata las vicisitudes de una mujer en los albores —tal vez, porque no se especifica fecha precisa alguna— del Siglo XIX en la campiña inglesa, que casó con un rico terrateniente y sufre el maltrato del mismo y de su suegro que la consideran como un objeto de propiedad más.

Intocada por su marido que apenas atina a masturbarse mientras la obliga a permanecer desnuda de frente a una pared; despreciada afectiva y moralmente por el padre del mismo, descubre su liberación entregándose en cuerpo y alma a uno de los sirvientes. Relación interracial apasionada, fulminante, libidinosa e irrefrenable hasta descuidar que sea notoriamente percibida por todo el entorno. Una lujuria que desencadenará sucesos macabros (hay una escena de maltrato animal y otra al final que no conviene desvelar, que te revuelven el estómago) y una espiral de maldades que pretenden reivindicar conductas por la opresión recibida que, aunque tal vez no querido por director y guionista, dan de alguna manera un mensaje bastante jodido éticamente.

Aquí hay una muestra de cinematografía pura, jugada casi íntegramente a la imagen y a las interpretaciones, con diálogos muy escasos pero con claridad y contundencia argumental. Observar el rostro y la mirada impávidos de la protagonista mientras ocurren cosas atroces produce regocijo interpretativo y repulsión a la vez. Muy buena película, que aprovecha en forma muy bienvenida la síntesis y utiliza una duración extrañamente olvidada en la actualidad: 1 hora 30, y que recomiendo calurosamente.