Un test en estado de gracia

Que un “agente de Hollywood recibe una invitación… etcétera” son pavadas. Verdaderas pamplinas. Al igual que la calificación de thriller y horror. Por suerte. Así el eventual espectador se acercará a ver esta muy excepcional película virgen de interferencias de mercadeo.

Porque la historia es una cebolla con múltiples cáscaras que es bueno ir desvelando poco a poco, degustando con parsimonia como cuando uno hace girar el trago del güisqui en la boca haciéndolo chocar con la lengua y el paladar para extraer la última esencia de su sabor. Como recién terminé el visionado no me atrevo a la adjetivación, aunque estoy tentado: es una obra maestra.

Aquí hay una historia de ambición, de autoritarismo, altas y bajas autoestimas, dominación, engaño, sometimiento y la soledad en toda su crudeza. ¡Casi nada! Todo esto escrito dirigido y protagonizado por Jim Cummings. Un guión excepcional hecho a medida del histrionismo del propio autor que es el intérprete y que pasa de los más sutiles gestos hasta el estallido furioso de la impotencia. Impotencia que el propio personaje no sabe que es tal. Sometido a la recolección de datos personales que casi todos dejan en las redes, una aplicación lo hace blanco de una descabellada conspiración de sexo y muerte. Aunque, también, todo podría tratarse de una excusa para exponer valores de convivencia y tolerancia que últimamente escasean en las relaciones humanas. ¿Humanas?

La duda es el leitmotiv de esta formidable obra, llena de matices que ubica a cada uno de los personajes secundarios en un preciso momento y en el escenario adecuado para que estalle el drama. No es más que esto: un drama puro y descarnado.

Fervorosa mi recomendación para que vean esta gran película.

Spoiler:

En el último plano hay una imagen que interpela al espectador y que, de alguna manera, resuelve o ahonda el misterio de la trama.