¿Brillante autocrítica hollywoodiense? Seguramente, pero lucida e intensa de todos modos, ya que va más allá del mero testimonio fílmico, reflexiona sobre sus interioridades y de cómo afecta el éxito o el fracaso al ser humano.

Mucho ruido y pocas nueces

Desde el punto de vista formal recuerda a La Soga de Hitchcock porque simula estar filmada en un único plano sin cortes, aunque a diferencia de aquella, en esta el recurso no tiene ninguna función expresiva y parece ser una elección estética del director de fotografía.

En cuando a la trama, es interesante la idea de una estrella en el ocaso que pretende redimirse a través de una puesta en Broadway pero los diálogos y las vueltas y giros permanentes de la historia la hacen un poco confusa y hasta alargada en exceso.

Las analogías entre la carrera real de Michael Keaton y sus afamados personajes en Batman, la despiadada labor de la crítica neoyorquina, la controversial relación con su hija —entre muchas otras puntas argumentales sugeridas— no parecen ser más que datos inconexos agregados al guión con un afán de pretendida trascendencia. Sin embargo, en mi modesta opinión, vale la pena ver esta película por las tremendas actuaciones no solo de Keaton (que está muy bien) sino por Edward Norton, Naomi Watts y Emma Stone; estos artistas forman un elenco de lujo. Más allá de los berretines patéticos de trascendencia de Alejandro González Iñarritu el tipo que, en mi devaluada y senil opinión, es el más recontravalorado de los directores cinematográficos (muy parecido al caso del argentino Juan José Campanella, pero no profundizo porque me lincharán en épocas en que disentir es una cuestión de lesa humanidad).