La tragedia ocurrida el 6 de septiembre de 1972 en la villa olímpica de Munich es uno de los episodios más estremecedores en la larga historia del conflicto palestino-israelí, que continúa vigente hasta hoy. Once atletas de la delegación de Israel fueron secuestrados por terroristas del grupo radical Septiembre Negro para ser brutalmente asesinados en el campo aéreo de la Organización del Atlántico Norte situado en Firstenfeldbruck. La reacción del gobierno israelí, en esa época encabezado por la primer ministro Golda Meir, es el tema que Steven Spielberg aborda en este largometraje. La trama de Munich es cuestión delicada y el guión – a cargo del dramaturgo Tony Kushner (Ángeles en América) y Eric Roth-, aún si muestra desde el principio situaciones de profunda angustia y violencia, procura mantener una mirada neutral a los engranajes de la cacería de los autores intelectuales de la masacre, sin “ponerse” del lado de nadie. Esta es tarea difícil y en manos de cualquier otro cineasta podría haber derivado en cinta rutinaria – de hecho, no es la primera vez que se aborda el tema: en 1976 se estrenó 21 días en Munich con guión de Howard Fast y en 1986 La espada de Gideon, dirigida por Michael Anderson-. Aquí, Spielberg explora no sólo el clima de violencia y cómo ésta engendra más violencia, también cómo ésta transforma a los ejecutores, apartándolos de su humanidad. El retrato psicológico de estos hombres es notable en dos de ellos; el líder del equipo, el ex agente de Mossad y flamante padre Avner Kaufman (Eric Bana) y Robert (Mathieu Kassovitz, Amén), un juguetero que trabaja con explosivos. Ambos son joviales, generosos y sensibles. Sin embargo, cumplir esta misión gradualmente los va llevando al límite en que sienten que han comprometido no sólo su decencia esencial, sino incluso su alma. El cuadro lo completan los británicos Daniel Craig (Steve) y Ciarán Hinds (Carl), como agentes con cara humana, aún estando sumidos en el anonimato. Eric Bana, que ya había dado muestras de un alto registro en Hulk, de Ang Lee y más tarde como lo único notable (con la aparición de dos minutos de Julie Christie) en la denigrante Troya, trasciende la promesa; su interpretación de hombre atormentado es conmovedora y transmite cada aspecto de su desazón con sutileza y hasta ternura, como se aprecia en las escenas que Avner tiene al lado de su esposa, Daphna (la superestrella israelí Ayelet Zorer, embarazada en la vida real al inicio del rodaje). El peso de la película recae sobre él y consigue sostener la atmósfera de suspenso con firmeza. A esto contribuye el trabajo del cinefotógrafo fetiche de Spielberg, Janusz Kaminski, que logra darle por momentos una sensación de tratarse de un documental (como el estupendo One day in September de Kevin Macdonald) y en otros, la de tratarse de una auténtica cinta de la época (filmar en locaciones de París, Hungría y Malta, ayuda mucho). Pese a su excelente factura, Munich no tuvo éxito comercial (costó 75 millones de dólares y sólo ha recuperado 6 en EU) y se ha visto señalada por controversia debido a su temática. Es triste que mucho público no vaya a entenderla si no tiene el marco de referencia histórico y su extensión (160 minutos) no la hace muy accesible. Sin embargo, es una gran película, realizada con maestría y con un sentido de la historia, algo que no es muy frecuente. Se nota que el director alude a algunos clásicos del género del thriller político; uno de estos detalles distintivos es la aparición en un papel clave del ya veterano actor francés Michael Lonsdale, quien fue el héroe de la memorable El Día del Chacal (1973) de Fred Zinneman, una de las películas preferidas de Spielberg y a la que ésta rinde homenaje.