Debo haber tenido cuatro o cinco años, no más de eso, cuando vi esta película por primera vez y no sólo me pareció el trabajo de animación más esmerado y elegante que hubiera visto (de hecho, me lo sigue pareciendo, es posiblemente la mejor película que hizo el estudio Disney en su época de oro con método tradicional), también me parecía que la princesa Aurora, con su larga cabellera rubia y esa sonrisa dulce y enigmática (precediendo en pantalla a la aparición de Catherine Deneuve y Sharon Tate), era la mujer más hermosa que yo hubiera visto. Podría decirse, entonces, que la Bella Durmiente es (por así llamarlo) mi primer gran amor. Hoy, más de medio siglo después de su estreno, la película retiene cierto encanto que otras películas del mismo legendario estudio han perdido al paso del tiempo: esta cinta ha envejecido con gracia. Esto tal vez se deba al esmero técnico que se invirtió en ella. En su momento fue el non-plus-ultra de este tipo de filmes y marcó la pauta, no solamente en ritmo, sino también en diseño (tomando como referencia tapices medievales, se convierte en una cinta violenta y brutal: esta no es la clásica película para niñas, como Cenicienta -- de hecho, la Princesa en cuestión pasa la mitad de la película inconsciente); la trama tomada del cuento de Perrault es ágil y adulta en su desarrollo: la película fue pensada para un mercado más selecto y así funciona; comparada con otros productos de antes y después de la misma casa, esta cinta prevalece como una verdadera joya. Es un gran clásico que no se ha dilapidado, donde otros filmes, tal vez más ambiciosos, no le llegan.